Ensayo crítico a las diferentes posturas sobre el arte de nuestros días y su evolución

Actualmente las palabras “arte” y “artista” tienen una concepción social muy polémica, que genera diversas opiniones bastante contradictorias y discrepantes que pueden crear estigmas en el ideal colectivo, el cual asocia estas palabras con lo “pedante” o “mamerto”. En esta ocasión me doy la tarea de analizar a fondo la opinión de dos críticos del arte emergente y cómo su discurso se puede validar o nutrir de acuerdo con “la obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica” de Walter Benjamin.

Avelina Lésper comienza su crítica afirmando que la falta de inteligencia y “carencia de rigor” se han adueñado de museos e instalaciones, creando una barbarie total en contra de los valores y la esencia de los artistas que lo merecen, volviendo a un pensamiento mágico y sumiso basado en ejercicios de poder que obligan al espectador a aceptar los productos para encajar en lo está considerado como “intelectual”.

El problema con la gran influencia de artistas “ready made” es que su proceso creativo hace lucir a la creación artística algo sencillo y ególatra, que va a lo muy subjetivo y usa eso como su escudo contra críticas, lo convierte en un dogma, que hace ver al pensamiento humano como si éste fuese retrocediendo a sus primitivos inicios y le da un valor a cualquier objeto prefabricado y con un proceso estético sencillo y en ocasiones nulo.

Ahora que esta denuncia si bien puede sonar bastante realista en comparación al arte clásico, hay que tomar en cuenta el contexto, de donde vienen todos estos movimientos emergentes, que sería la era post industrial, donde el arte pasa de ser algo que remite a lo celestial y el artista es alguien tocado por dios, por la palabra de la sociedad, se deja de hacer el uso del arte para representar a la burguesía y las ideologías políticas hacen entrada para expresar los síntomas de épocas turbulentas, llenas de guerras, holocaustos y dictaduras totalitaristas.

Las guerras y fuertes sucesos políticos crearon un dinamismo en la sociedad, la industria se aceleró a pasos nunca antes vistos, la clase obrera creció, la gente emigraba del campo hacia la ciudad en busca de un bienestar, los sectores industriales crecían, cada vez se creaban nuevos dispositivos para facilitar la vida de los individuos, se convertían en consumidores, lo mismo sucedió con el arte, se llegaba a más personas en forma ya de un producto de comunicación, y el artista ya no era ese tocado por dios, si no, un productor o comunicador de un mensaje que sigue ciertos pasos y técnicas para reproducir su trabajo, el cuál puede ser enseñado en academias.

Vivimos en una época de buenos y malos artistas, de pretensión, egocentrismo e individualismo, cuesta trabajo reconocer qué es un buen producto artístico sin seguir lo que la crítica dice, estamos sujetos a un sistema que gira alrededor de la economía, y desgraciadamente el arte también se ve afectado, la ambigüedad es tan grande que “arte” puede ser todo y nada, sin embargo, debemos seguir en busca de respuestas, descubrir qué es lo que nos mueve y dejarlo en el registro histórico de la humanidad, reflejar lo que sentíamos en nuestra época, lo que nos hacía reír, llorar, enfadar; y el arte siempre será nuestra mejor herramienta.

W. BENJAMIN, EL ARTE EN LA ERA POSTMECÁNICA, 1936.

Avelina Lésper, “El arte contemporáneo es una farsa”,

La Vanguardia, 30 de agosto del 2012.

Pablo Helguera, “Querida Avelina”, Caín, 6, Diciembre 2014.